Con cada minuto que pasaba, David se sentía más frustrado. Mientras esperaba a su esposa, Diana, en el automóvil, no dejaba de mirar su reloj. Cuando ella por fin salió de la casa, David no pudo contenerse y explotó.
—¿Cómo es posible que me hagas esperar tanto? —le dijo enojado—. ¡Siempre llegas tarde! ¿Es que ni una sola vez puedes estar lista a tiempo?
Diana rompió a llorar desconsolada y volvió a la casa corriendo. David enseguida se dio cuenta del terrible error que había cometido. Su arranque solo había empeorado la situación. ¿Qué haría ahora? Apagó el motor, dio un suspiro y, lentamente, caminó hacia la casa para hablar con su esposa.
Este ejemplo presenta un cuadro muy realista, ¿no es cierto? ¿Ha deseado usted alguna vez retirar lo que acaba de decir? Cuando hablamos sin pensar, solemos decir cosas que luego lamentamos.
No obstante, a veces resulta difícil pensar con claridad antes de hablar, en especial cuando sentimos ira, temor o dolor. Cualquier intento de comunicar nuestros sentimientos, sobre todo a familiares allegados, puede acabar fácilmente en una acusación o crítica. Y eso puede ocasionar sentimientos heridos o incluso riñas.
¿Qué nos ayudará a conseguir mejores resultados? ¿Cómo evitar que nuestras emociones nos dominen? Podemos extraer consejos útiles de los escritos de Salomón.
Salomón evidentemente reconocía que necesitaba controlar sus sentimientos. En efecto, se preguntaba de continuo: “¿Es totalmente cierto lo que pienso decir? Si lo digo de esta manera, ¿cómo se sentirán los demás? ¿Les gustará? ¿Lo aceptarán?”. Al buscar “palabras deleitables” y ciertas, Salomón evitó que sus sentimientos nublaran su modo de pensar.
Gracias a ello, no solo contamos con una obra maestra de la literatura, sino también con una fuente de sabiduría divina que nos ilumina sobre el significado de la vida. Si imitamos la forma en que Salomón dominó sus emociones al tratar un tema tan delicado, ¿lograremos comunicarnos mejor con nuestros seres queridos? Veamos un ejemplo.
Para ilustrarlo, digamos que un jovencito llega a casa con su libreta de calificaciones en la mano y con el ánimo por el piso. Cuando el padre ve la lista de materias y observa que no ha aprobado una de ellas, inmediatamente se enoja y recuerda las muchas ocasiones en que el hijo postergó sus tareas. Se siente con deseos de decirle: “¡Eres un holgazán! Si sigues así, ¡nunca vas a lograr nada en la vida!”.
Pero antes de permitir que el enfado domine su reacción, el padre debería preguntarse: “¿Es totalmente cierto lo que estoy pensando?”. Dicha pregunta le ayudará a evitar que las emociones le impidan ver la realidad de los hechos. ¿De verdad terminará siendo el hijo un fracasado porque tiene dificultades con una asignatura? ¿Es un holgazán para todo? ¿O será que ha dejado sin hacer algunas tareas porque hay conceptos que le cuesta entender? Para animar a su hijo, el padre tiene que emplear palabras correctas de verdad.
Una vez que el padre determine qué decir, pudiera preguntarse: “¿Cómo puedo comunicárselo a mi hijo de la mejor manera?”. La verdad es que no es fácil encontrar las palabras adecuadas. Pero los padres deben recordar que los adolescentes a menudo tienden a irse a los extremos, pensando que si no son perfectos, son un fracaso total. Quizá se concentren en un error que hayan cometido y exageren su gravedad a tal grado que ese error empiece a influir en el concepto que tienen de sí mismos. Si el padre reacciona de forma exagerada, pudiera reforzar el modo de pensar negativo de su hijo.
Palabras como siempre y nunca suelen generalizar o exagerar los hechos. Cuando el padre le dice a su hijo: “Nunca servirás para nada”, ¿qué posibilidades tiene el jovencito de conservar su dignidad? Si al hijo se le habla a menudo de forma tan crítica, va a terminar pensando que es un inútil. Por supuesto, tal conclusión no solo es desanimadora, sino falsa.
Por lo general, es mucho mejor destacar los aspectos positivos de una situación. El padre de nuestro ejemplo pudiera decir algo así: “Hijo, veo que estás triste porque no aprobaste una asignatura. Sé que normalmente te esfuerzas mucho por cumplir con tus tareas. Vamos a hablar un rato para ver cómo podemos solucionar tus problemas con esta materia”. El padre también pudiera hacer preguntas concretas para ver si existen problemas subyacentes y determinar cuál es la mejor manera de ayudar a su hijo.
Es probable que tratar los asuntos de esa manera cariñosa y bien pensada sea mucho más productivo que simplemente dejarse llevar por las emociones. Los hijos —en realidad, todos los miembros de la familia— se sienten cómodos en un ambiente donde se respira paz y amor.
INTERESANTE, ALECCIONADORA Y REFLEXIVO ARTICULO. GRACIAS POR COMPARTIR.
ABRAZOS
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Siempre las gracias a ti, abrazos.
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