Sencillez

La sociedad en que vivimos presenta como modelo a las personas orgullosas y autosuficientes, mientras que a las mansas y humildes las considera débiles, apocadas o serviles. ¿Será la verdadera humildad un defecto? ¿Será el orgullo una virtud?

En primer lugar, el orgullo no siempre es malo. Por ejemplo, los hombres deben sentirse orgullosos de muchas cosas, quizás de ser un buen operario, de conducir de manera correcta a su familia, etc. Igualmente, muestra que los padres pueden enorgullecerse cuando sus hijos son ejemplares.  Pero el orgullo también tiene su lado negativo.

Cabe definir el orgullo como exceso de estimación propia por la que uno se cree superior a los demás, quizás debido a la belleza, la raza, la riqueza, el rango o el talento. También los hombres pueden estar hinchados de orgullo, o sea, tener una opinión injustificadamente alta acerca de su persona.

La humildad, por el contrario, exige ser honrado y objetivo con uno mismo. Los humildes reconocen sus imperfecciones y tienen los pies en el suelo. Es más, se alegran al ver que otros los superan en alguna cualidad. De ahí que no les corroa la envidia ni los celos. Como es lógico, la verdadera humildad promueve las buenas relaciones y la estabilidad y seguridad emocional.

“El resultado de la humildad es riquezas y gloria y vida”, escribió Salomón (Proverbios 22:4). Contamos con muy buenas razones para cultivar esta poderosa cualidad. En efecto, no solo contribuirá a que obtengamos el favor de la gente, sino también nos sentiremos mejor como personas.

«Nadie esta tan vacío como aquellos que están llenos de si mismos.»-Benjamin Whichcote.